Me he tomado el atrevimiento de transcribir un cuento de otro blog. El mismo pertenece a un amigo, Diego, con quien hemos acordado en estos días, tener una charla café de por medio. Es así que no entraré en detalles y sólo me limitaré a presentar su cuento.
Un café en el laberinto
por Diego Cando
Simplemente, me escapé. Me fui del sitio, tan vacío de futuro y lleno de utopías, impregnado en ese desagradable olor químico. Dejo solo un montón de porquerías que no necesito; necesité antes, cuando era un pobre diablo con la vida por delante, pero ahora no.
Y así, sin nadie que me despida, excepto mi soledad, que decidió quedarse en casa, me fui una noche. Elegí el camino que no conocía, para asegurarme que sea el azar quien me guíe. Y el azar me guió.
Nunca supe come llegué a ese lugar, estaba confundido y entregado a mi suerte cuando un tipo de remera negra me palmeo la espalda. Lo mire a la defensiva pero el tipo, con un gesto casi paternal se ofreció, café por medio, a aclararme un poco la situación.
Lo primero que pensé es que estaba muerto, esa cosa muy de libro, que el personaje se muere, tiene visiones de su vida y bla bla bla, pero no, no todavía.
Así como nunca me enteré de cómo llegue al lugar donde estaba, jamás reparé en el momento en que depositaron el café adelante mío, así como tampoco pude ver a la persona que lo trajo. A esa altura, inseguro y lleno de dudas no tuve otro instinto que inspeccionar el brebaje negro, olerlo o buscar algo raro, pero se veía y olía como café.
El tipo de la remera hecho a reír con ganas, tanto que me sentí un poco ridículo pero no más que otras veces; pedí las disculpas del caso y expliqué lo confuso que era todo. Me contó que era lógico, que la mayoría pasaba por ese estado; también me dijo que no estaba muerto ni drogado, y que con ver a mí alrededor las respuestas fluirían solas. Apreté un poco los labios como quien no queda conforme y presumo que el hombre percibió lo mismo, sostuvo la mirada en mí y luego se encogió de hombros; “solo te pido que mires alrededor tuyo, no es tan difícil” dijo cálida pero firmemente.
Giré sobre mí cuello primero para luego pararme y ganar un panorama completo del lugar. Lo primero que vi, lo único en realidad fue un espeso humo blanco y cierta claridad que no pude definir de donde venía. Lo que demonios fuera eso no daba ninguna respuesta, solo un ensordecedor silencio y un patético miedo a lo desconocido. Busqué al hombre de negro pero ya no estaba, solo estaba su pocillo de café vacío y la silla desprolijamente a un lado, semi cubierta por el humo. Probé llamarlo, llamar a alguien, obtener alguna respuesta a preguntas que nunca me había hecho. Probé fluir, dejarme llevar, no pensar en nada; en ese punto cualquier sugerencia era valida, la voz de la conciencia (si tuviera), el consejo de algún viejo, todo eso que normalmente no escuchamos. Pero nada de eso estaba disponible, solo yo y mi impotencia para salir de mi propio laberinto. Estas cosas no se eligen, no se llega como opción y no hay opciones de salida, solo un camino, una decisión.
Y así como perdí la noción del espacio perdí la noción del tiempo, y la horas fueron días. Caminé buscando la salida, o una entrada que haga las veces de salida, gasté metros, muchos de ellos en pos de que la claridad espesa que me rodeaba cambie de espesura, de color, alguna señal que diferencie la locura de la obsesión. Me negaba a entregarme, en algún lugar adentro mío algo seguía luchando contra el laberinto, absolutamente desconectado de la realidad, del presente, del mundo que gira sobre un eje imaginario; apenas fotos desteñidas del pasado, con sonrisas vagamente conocidas y olores desperdigados sobre la línea del tiempo; y los días fueron meses.
Me sorprendió en lo alto del universo propio el reflejo de una luz más clara de lo normal, como si hubiera una pequeña ventana enrejada. Fue el primer (y único) cambio que noté en una inmensa cantidad de minutos (o días). Una esperanza en tanta nada, probablemente se me iluminó el rostro y hasta debí haber sonreído. Intenté extender las manos para contornear con los dedos aquella luz en el aire pero no pude, era imposible separar los brazos del cuerpo. Sentí un pequeño pinchazo en el brazo y la luz de la ventana se multiplico en tantas otras que giraban en torno a si mismas, en un bellísimo baile de luces y sombras.
Y los meses fueron años
Un café en el laberinto
por Diego Cando
Simplemente, me escapé. Me fui del sitio, tan vacío de futuro y lleno de utopías, impregnado en ese desagradable olor químico. Dejo solo un montón de porquerías que no necesito; necesité antes, cuando era un pobre diablo con la vida por delante, pero ahora no.
Y así, sin nadie que me despida, excepto mi soledad, que decidió quedarse en casa, me fui una noche. Elegí el camino que no conocía, para asegurarme que sea el azar quien me guíe. Y el azar me guió.
Nunca supe come llegué a ese lugar, estaba confundido y entregado a mi suerte cuando un tipo de remera negra me palmeo la espalda. Lo mire a la defensiva pero el tipo, con un gesto casi paternal se ofreció, café por medio, a aclararme un poco la situación.
Lo primero que pensé es que estaba muerto, esa cosa muy de libro, que el personaje se muere, tiene visiones de su vida y bla bla bla, pero no, no todavía.
Así como nunca me enteré de cómo llegue al lugar donde estaba, jamás reparé en el momento en que depositaron el café adelante mío, así como tampoco pude ver a la persona que lo trajo. A esa altura, inseguro y lleno de dudas no tuve otro instinto que inspeccionar el brebaje negro, olerlo o buscar algo raro, pero se veía y olía como café.
El tipo de la remera hecho a reír con ganas, tanto que me sentí un poco ridículo pero no más que otras veces; pedí las disculpas del caso y expliqué lo confuso que era todo. Me contó que era lógico, que la mayoría pasaba por ese estado; también me dijo que no estaba muerto ni drogado, y que con ver a mí alrededor las respuestas fluirían solas. Apreté un poco los labios como quien no queda conforme y presumo que el hombre percibió lo mismo, sostuvo la mirada en mí y luego se encogió de hombros; “solo te pido que mires alrededor tuyo, no es tan difícil” dijo cálida pero firmemente.
Giré sobre mí cuello primero para luego pararme y ganar un panorama completo del lugar. Lo primero que vi, lo único en realidad fue un espeso humo blanco y cierta claridad que no pude definir de donde venía. Lo que demonios fuera eso no daba ninguna respuesta, solo un ensordecedor silencio y un patético miedo a lo desconocido. Busqué al hombre de negro pero ya no estaba, solo estaba su pocillo de café vacío y la silla desprolijamente a un lado, semi cubierta por el humo. Probé llamarlo, llamar a alguien, obtener alguna respuesta a preguntas que nunca me había hecho. Probé fluir, dejarme llevar, no pensar en nada; en ese punto cualquier sugerencia era valida, la voz de la conciencia (si tuviera), el consejo de algún viejo, todo eso que normalmente no escuchamos. Pero nada de eso estaba disponible, solo yo y mi impotencia para salir de mi propio laberinto. Estas cosas no se eligen, no se llega como opción y no hay opciones de salida, solo un camino, una decisión.
Y así como perdí la noción del espacio perdí la noción del tiempo, y la horas fueron días. Caminé buscando la salida, o una entrada que haga las veces de salida, gasté metros, muchos de ellos en pos de que la claridad espesa que me rodeaba cambie de espesura, de color, alguna señal que diferencie la locura de la obsesión. Me negaba a entregarme, en algún lugar adentro mío algo seguía luchando contra el laberinto, absolutamente desconectado de la realidad, del presente, del mundo que gira sobre un eje imaginario; apenas fotos desteñidas del pasado, con sonrisas vagamente conocidas y olores desperdigados sobre la línea del tiempo; y los días fueron meses.
Me sorprendió en lo alto del universo propio el reflejo de una luz más clara de lo normal, como si hubiera una pequeña ventana enrejada. Fue el primer (y único) cambio que noté en una inmensa cantidad de minutos (o días). Una esperanza en tanta nada, probablemente se me iluminó el rostro y hasta debí haber sonreído. Intenté extender las manos para contornear con los dedos aquella luz en el aire pero no pude, era imposible separar los brazos del cuerpo. Sentí un pequeño pinchazo en el brazo y la luz de la ventana se multiplico en tantas otras que giraban en torno a si mismas, en un bellísimo baile de luces y sombras.
Y los meses fueron años
3 comentarios:
Muy buen cuento, Felicitaciones!!!
Gracias rasa, pero en esta oportunidad, las felicitaciones serán para Diego, el autor del cuento y que presentaré en unos días por aquí.Sólo colgué un cuento mio en el blog, Café irlandés; en algún otro momento subiré otro.
Y en cuanto a vos bepi, andá preparándote, porque seguís en la lista.
Te aviso, así ese día no te virtual-comprometés y nos tomamos un feca con unas medialunas de grasa. :-)
Un abrazo
Uh ni un drama, acá estaré disponible, estoy ansioso y algo nervioso por esa charla!!!
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